LA NINFÓMANA ACUOSA
Había una vez una mujer, un pibe y una casa. La casa era de la mujer. Y también el pibe era de la mujer. La compliqué. Vamos de nuevo:
Había una vez una mujer que vivía en su casa con su pequeño hijo. Ahí quedó más presentable.
La mujer se llamaba María y era, dicho con todo respeto ,una mina del montón. De esas que viven de su trabajo, pagan impuestos, no joden a nadie y tratan como pueden de criar solas al bepi y que les quede lo más presentable posible. Una intrascendente que no merece la atención del Estado, que está para otra cosa. No se sabe bien para qué otra cosa, pero para otra cosa.
Pero resulta que María, dentro de su intrascendente vida de clase media escondía un corazón oligárquico que despreciando los innumerables derechos teóricos que tiene a su disposición pretende codiciosamente más y más. No conforme con poder integrar una lista de candidatos del partido político de su preferencia, elegir y ser elegida, publicar sus ideas por la prensa, profesar libremente su culto (justo María es atea; problema de ella si no quiere ejercer su derecho), de entrar y salir del país, de administrar libremente su propiedad, de navegar y comerciar, María quería más. Su ambición irrefrenable –seguramente fruto del ideario neoliberal de los noventa- la poseía más allá de su voluntad y un deseo frenético e irresistible la asaltaba compulsivamente. Hipnotizada, acariciaba sensualmente el caño como una ninfómana mientras de su boca reseca por la pasión se fugaban sensuales suspiros. Casi en éxtasis buscaba con la lengua el placer prohibido que menguara el calor interno que invadía su cuerpo de hembra todavía joven.
Pero era inútil.
De la puta canilla no salía una puta gota de agua.
Hace más de dos meses que no sale una puta gota de agua.
Pero María, ahí flaquita como la ves, no es de andar arrugando fácil. Y se acordó que también tenía derecho de peticionar a las autoridades.
Y agarró y peticionó.
Che, no sean hijos de puta ¿Por qué se están cagando de risa? ¿O acaso creen que las autoridades de ABSA no le dieron pelota a sus siete –hasta ahora- reclamos?
Perdón, acá me están avisando… eeehhh, pueden cagarse de risa nomás. No le dieron pelota. Ni cinco de pelota. Que no haya agua puede ser culpa de la sequía, de los equipos obsoletos, del imperialismo yanqui o de la excusa que mejor se prefiera. Pero que no se contesten los reclamos, es de inservibles.
Pero si uno lo mira bien, tienen razón. ¿Qué tanto reclamar porque no hay agua? ¿No puede bañar al nene? ¡Si a los chicos les encanta estar sucios, así se crían más sanitos! ¿Qué a María la operaron y tuvo que hacer la convalecencia en la casa de su madre porque en la propia no tenía agua? ¿Y de qué se queja? Ahí está ABSA fortaleciendo desinteresadamente los vínculos familiares, sin contar la alegría extra que le proporciona a la abuela estar con su nietecito. ¿Qué en una oportunidad tuvo que comprar agua mineral para darle de beber a las perras? Las mascotas son un lujo innecesario, y además con el agua mineral se les realza el pelaje.
Todas estas y otras muchas razones le dieron verbalmente a María para dejarla conforme. Pero respuestas concretas o soluciones idem, nada.
Y ella sigue esperando pacientemente que un día de éstos, mágico día, vuelva a fluir alegremente el refrescante chorro del bidet mientras descarta con un gesto contrariado la alternativa de reemplazarlo por el inútil manojo de facturas al día de ABSA, que no sirven ni para eso, por refalosas.
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